Una vez, dos pacientes de una institución mental decidieron planificar su huida. Para ello, se distribuyeron las tareas del siguiente modo: mientras que uno reuniría las provisiones, el otro investigaría las condiciones del muro que rodeaba el edificio para luego diseñar una estrategia de salida. “Si la pared es más baja de seis pies, la saltaremos”, dijo el primer paciente a su compañero. “Si es más alta, haremos un túnel por debajo”. A medianoche, el primero logró entrar en la cocina, cogió algo de comida y fue a reunirse con el segundo. Sin embargo, cuando llegó al punto de reunión, vio que su compañero estaba llorando. “NUNCA lograremos escapar”, dijo su compañero angustiado. “¿Por qué?”, preguntó el primer paciente. “No hay muro”, fue la respuesta del segundo.
El miedo es como este muro en nuestras mentes, no existe realmente, explica el autor Yehuda Berg en su libro Prosperidad verdadera. El miedo simplemente está allí para mostrarnos que debemos dar solución a algo. El miedo es una sensación enérgica, es energía que se manifiesta en nuestro interior, el problema viene cuando en lugar de ser utilizada para afrontar un problema y avanzar, se origina el efecto opuesto: nos paralizan o nos hacen retroceder como da a entender con la breve historia anterior.
El miedo se experimenra ante lo desconocido, cuando nos vemos envueltos en una situación nueva para nosotros o en la que somos inexpertos. Este sensor interno no busca bloquearnos, sino hacernos ver que algo no estaba en nuestros planes, nos supera por momentos y hay que plantear una solución o encontrar alternativas lo más rápido posible. En situaciones serias, donde nuestro cuerpo se siente en peligro, o más aún, en situaciones extremas, el instinto de supervivencia nos otorga un sibidón de adrenalina, es ahí cuando más fácil es de interpretar esta energía.
Las dosis bajas también pueden ser determinantes, ¿Por qué no emplearla siempre a nuestro favor?