La teoría del valor tiene como finalidad entender el valor de cambio o el precio de las cosas que fabricamos y los servicios que ofrecemos.
A lo largo de la historia, grandes pensadores y economistas de la época, intentaron dar explicación al valor que deberían adoptar los bienes y servicios. Obviamente, surgieron diferentes teorías que trataban, de algún modo, establecer unas pautas que determinaran el valor de las mercancías.
Entre los grandes pensadores destaca la figura de Karl Marx,
Karl Marx fue economista, periodista y filósofo, y autor de grandes obras como El Capital y el Manifiesto del Partido Comunista. En su extensa obra El Capital, explica el concepto de plusvalía y el funcionamiento del sistema capitalista.
Su teoría económica estaba basada en la Teoría del Valor-Trabajo, la cual vamos a ver un poco más a fondo.
La teoría marxista del valor contempla 3 aspectos:
Marx se propuso demostrar que el capitalismo es un sistema históricamente transitorio, que se basa en la explotación de los trabajadores. Este cambio transformó radicalmente el sentido del concepto de valor. Marx recurrió a esta última categoría para explicar cómo los capitalistas expropian una parte del valor creado por los trabajadores en el proceso productivo y cómo se redistribuyen esta plusvalía a través de distintas modalidades del beneficio. Semejante apropiación es posible porque los asalariados generan durante su jornada laboral más valor que el requerido para su propia reproducción.
Es un producto de la propiedad privada de los medios de producción, que otorga a los capitalistas el derecho a apropiarse del fruto del trabajo ajeno. Los empresarios se atribuyen el poder de contratar y despedir personal de trabajo, que al carecer de medios propios, están obligados a vender su tiempo y energía, es decir, su fuerza de trabajo.
Marx considera, por tanto, que el capitalismo gira en torno a la explotación, y se basa en las desigualdades existentes entre las distintas clases sociales.
Marx explícitamente destaca que su teoría incluye una ley de formación de los precios basada en el valor. Pero señala que este principio rige como una determinación general del total de los precios por la suma total del trabajo abstracto incorporado en los bienes y no como una relación particular y directa del precio de cada mercancía con la magnitud del trabajo que contiene. Así que puestos a seguir su teoría, como el trabajo abstracto es la única fuente de valor de las mercancías, el total de los precios no puede superar ni ser inferior al total de los valores. Marx se centró en buscar sin éxito, una relación de proporcionalidad directa entre los precios y las magnitudes de trabajo incorporado en cada producto
De esta teoría de Valor-Trabajo se desmarcó por completo el economista Adam Smith, que se decantó por una explicación de los precios basada por el “costo de producción” Supuso equivocadamente que el salario, la ganancia y la renta ya no eran magnitudes que debían ser explicadas, sino explicaciones de los precios de las mercancías.
Marx explica la formación de los precios a partir del establecimiento de una magnitud social dominante (y referencial de las magnitudes individuales), que se establece en torno a la productividad (alta, media o baja) de las empresas que predominan en la oferta de la rama. Este nivel de productividad premia y castiga respectivamente a las empresas que economizan o derrochan trabajo social. Pero, además –como puntualizaron varios autores (Rosdolsky, Mandel, Carchedi, Giusani) – la productividad interactúa con las necesidades sociales, que establecen un marco condicionante para dirimir si la oferta es dominada por empresas de menor o mayor productividad. Si las necesidades sociales aumentan, es decir, hay más demanda, entonces habrá lugar para empresas tanto de alta como de media y baja productividad, empresas grandes medianas y pequeñas. Mientras que, en el caso inverso, en donde haya poca demanda social, solo podrán subsistir las más eficientes, dejando fuera del mercado a las empresas más ineficientes.
Atendiendo a la visión que Marx plasma sobre capitalismo, se observa que el sistema capitalista está diseñado de modo que los mejores fabricantes sean los que obtengan mejores resultados a cambio, ergo, económicamente hablando, es el modelo más justo hasta ahora planteado, con la excepción del concepto de plusvalía.
A raíz de ella -la plusvalía- y dado que es esencial para la supervivencia del modelo capitalista, como veremos más adelante, Marx determina que la base que permite que el capitalismo siga su transcurro, es la explotación de los trabajadores a manos de los empresarios capitalistas. Frente a ello, Marx llama a la revolución ✊💥✊✊
La teoría plantea que el tiempo de trabajo opera como un principio coordinador de la actividad económica, en un sistema estructurado en torno a la competencia mercantil y carente de un plan común de organización de la producción y del consumo.
Describe cuál es el mecanismo que permite ordenar la reproducción económica en sucesivos intervalos de acumulación y crisis, en el marco de la competencia por producir, invertir e innovar siguiendo las señales del mercado.
En ausencia de un sistema de planificación que oriente racionalmente la producción de los bienes necesarios y deseados por la población, la determinación de los precios por el tiempo de trabajo actúa como un principio depurador de las empresas que derrochan trabajo social produciendo por debajo de la productividad y en descoordinación a la demanda.
La teoría del valor-trabajo analiza cómo funciona el capitalismo en su tendencia al desequilibrio. Estudia cómo es posible la continuidad de la reproducción de un sistema que por su propia dinámica mercantil tiende a la desproporcionalidad, a la sobreproducción y a la declinación tendencial de la tasa de ganancia.
Para Marx, el capitalismo estaba destinado al fracaso con el paso del tiempo.
Para Marx, toda mercancía se iguala en valor cuando el trabajo humano destinado a su fabricación se iguala.
Este valor humano es abstracto y difícil de medir, (por no decir imposible), sin embargo, es posible determinar el precio más “justo” y aceptado por la sociedad al que pueda venderse una mercancía a raíz del tiempo promedio que se destina a su fabricación.
De ahí que las empresas fabricantes menos eficientes que produzcan menos unidades a lo largo de una jornada laboral, deberán regirse igualmente al precio «fijado» por el tiempo de fabricación promedio de todas las empresas y fabricantes del mismo sector.
Si el empresario está obligado a remunerar en base al trabajo humano de sus empleados, al destinar más horas en las labores de producción, deberá pagarles más, por consiguiente, obtendría menos beneficios al vender las mercancías. (Esta empresa saldría perdiendo con respecto a otras del sector).
Para Marx, el valor de cambio no es exactamente igual al precio de venta, aunque a través del valor de cambio, trata de buscar y explicar una posible conversión que estime el precio final al que vender un producto en el mercado.
Una de las conclusiones que podemos extraer de su obra, es que la teoría del Valor-Trabajo se centra más bien en el valor de cambio entre mercancías -de distinta utilidad y que satisfacen necesidades diferentes-, que se igualan en valor gracias al trabajo humano abstracto.
Queda en el aire el valor de uso, el valor en función de la utilidad que tienen las cosas para nosotros como consumidores.
La teoría de Marx, también obvia la calidad del producto final, es decir, yo puedo tardar más en diseñar y fabricar una lámpara con un material flexible con el que ajustarla y dirigir la luz hacia un punto concreto, con un regulador de intensidad para aumentar o disminuir la luminosidad en función de la claridad y con distinta gama de colores para crear ambiente.
Esta mercancía estaría «socialmente catalogada» como lámpara del hogar, y su precio se vería condicionado por el tiempo medio de producción de las empresas y fabricantes del sector de las lámparas para el hogar. Mi innovadora lámpara no sería nada rentable si debo obedecer al precio más aceptado socialmente hablando. Obviamente, si alguien encuentra mayor utilidad, es decir, valor de uso en mi producto, estaría interesado en pagar más por él.
→ Estos 2 conceptos son diferentes, lo que nos lleva a cuestionar la estimación del precio de venta de los productos, bienes y servicios, así como los salarios percibidos, el concepto de la plusvalía y los beneficios finalmente obtenidos por las empresas.
La teoría Marxista nos da a entender que los bienes y servicios se venden en el mercado en función del valor de cambio y no del valor de uso.
De la recompensa en dinero obtenida por el valor de cambio, el empresario extrae la plusvalía, es decir, obtiene su beneficio a raíz del esfuerzo de sus trabajadores y no directamente del valor de uso en sí. El salario y el beneficio de las empresas, por tanto, no va en concordancia al valor de uso. Y si el salario ni los beneficios van en relación a la utilidad, se está dando a entender que las cosas inútiles también tendrían valor para la sociedad por el simple hecho de que alguien haya trabajado duro para fabricar ese algo.
Ya bueno, pero… ¿quien iba a fabricar algo inútil? Quizás, la pregunta correcta sería (ajustándonos a la vida real): ¿Serán capaces los consumidores de encontrarle utilidad a los que voy a diseñar y fabricar?
Otra situación a tener en cuenta, es cuando poseemos algo que valoramos mucho (por el motivo que sea), y lo apreciamos tanto que no estaríamos dispuesto a cambiarlo ni venderlo por nada, bien porque su utilidad es crucial o la necesidad es máxima en ese momento.
Imagina que estás hambriento, te compras un buen bocadillo de tortilla de patatas y filete de pollo, ahora viene un tipo que te ofrece unos cigarrillos a cambio de tu bocadillo, evidentemente no vas a aceptar, porque, aunque el valor (de cambio) de los cigarrillos sea equivalente al de tu bocadillo, tú tienes una necesidad urgente que satisfacer y fumar no te va a quitar el hambre que tienes. Esto quiere decir que, para tí, en este preciso momento, los cigarros no valen en absoluto lo mismo que tu bocadillo.
Si el tipo de los cigarros quiere también un bocadillo, tendrá dos opciones, ofrecerte algo más a cambio del tuyo, o ir al lugar donde se venden los bocadillos y comprarlo con dinero, o, en su defecto, proponer nuevamente el intercambio inicial (cigarros por bocadillo).
Hay muchas más cosas a tener en cuenta para establecer un valor de cambio real, y al factor utilidad, se le suma ahora la necesidad.
Ahora imagina una sociedad en la que nadie fuma, ¿cuánto valdrían entonces los cigarros de tabaco? Si nadie fuma ¿quién va a querer comprarlos? Si nadie los compra, ¿quién va a fabricarlos? Ese trabajo que hay detrás de la creación de un cigarro, desde la plantación del tabaco hasta su venta en cajetillas de X unidades en un estanco… ¡¡No valdría absolutamente nada!!
La teoría del Valor-Trabajo de Marx se empieza desboronar por completo.
¿La fuerza de trabajo? ¿La utilidad? ¿La necesidad? ¿La escasez?
La fuerza de trabajo ya hemos visto que no, hay más cosas que intervienen a la hora de negociar un intercambio entre mercancías, y que influyen también en los precios de venta adoptados en el mercado.
Aun así, basta con echar un vistazo atrás en el tiempo y observar como a lo largo de la historia, grandes compañías y personajes que, recordados con fama o en el olvido, dedicaron horas y horas a diseñar y crear lo que, en un futuro, terminó siendo una auténtica chapuza, o simplemente, un invento incomprendido para la época.
→ Inventos como el Segway y el Hovertrax de Shane Chen lanzados al mercado con unos precios nada atractivos y que supusieron un rotundo fracaso.
→ La prestigiosa compañía Apple y su primera agenda electrónica, la Apple Newton MessagePad H1000 lanzada en 1992. Al parecer, un invento incomprendido para la época.
Así como una amplia variedad de modelos de automóviles, aplicaciones móviles o videojuegos, que un día surgieron con toda esperanza de revolucionar la forma de desplazarnos de un lugar a otro, efectuar tareas cotidianas de forma más dinámica o marcar un antes y un después en el ámbito del ocio y entretenimiento, para acabar en el olvido sin opción real de ser un negocio rentable.
Y… ¿qué hay de la utilidad? ¿podríamos tomarla como base para entender por qué hay cosas que valen más que otras?
Un cuchillo, por ejemplo, nos serviría para muchas cosas, cortar alimentos, abrir envases, untar mantequilla sobre el pan… ¡¡e incluso serviría para amenazar a tu vecino cuando sube la música a todo volumen!!
Sí, el cuchillo es un instrumento muy útil, pero, por lo general, un cuadro de un museo o una pequeña exposición de arte, suele alcanzar un valor monetario muy superior al de un juego de cuchillos de cocina.
Por cierto, ¿para qué cojones sirve un cuadro? Seguramente estés pensando en decorar la pared de tu habitación, pero… ¿debe considerarse eso como una utilidad? Seamos sinceros, el cuadro una vez se cuelga en la pared, su única función será la de coger polvo.
La utilidad no parece ser un factor determinante para establecer el valor de cambio o precio de las cosas. La necesidad, a pesar de estar también muy presente en todo esto, tampoco es determinante, además, si nos fijamos bien, no hay nada más necesario que el agua y los alimentos, sin embargo, a la hora de hacer la compra, las bebidas y los productos de comida tienen precios muy asequibles en comparación con otro tipo de cosas que no son de primera necesidad.
Vale, es cierto que el agua y los alimentos abundan en el planeta debido a su producción, mientras que otros recursos son más difíciles de encontrar, extraer y trabajarlos, como, por ejemplo, algunos minerales y piedras preciosas que, en ocasiones, adquieren un valor extraordinario, como es caso del diamante.
El principio de escasez también se puede tener en cuenta a la hora de entender el valor que pueda alcanzar una mercancía, aunque esta debe ser previamente interpretada como útil y/o necesaria. Las personas somos incapaces de echar en falta aquello que no necesitamos ni se ubica en nuestra zona de interés. El principio de escasez, por tanto, está ligado a la regla de la oferta y la demanda, es decir, si verdaderamente somos capaces de percibir que algo escasea, es porque hay una demanda superior a la oferta. Al haber muchas personas a la espera deseando comprar, probablemente el precio suba, (como es habitual que ocurra).
Llegados a este punto, podríamos volver de nuevo a poner el foco en la utilidad y la necesidad de los bienes materiales y servicios, pero sugeríamos sin comprender cómo hay determinadas cosas que valen más que otras independientemente de si han costado mucho fabricarlas o no y de si son esenciales para la vida.
¿Por qué hay cosas que no llegan a tener el valor esperado? Quizás dependa de un factor el cual no se puede medir y mucho menos predecir.
→ La clave nace de la OBJECIÓN SUBJETIVISTA del valor.
→ Restaurantes de lujo en los que la comida no es nada del otro mundo y, sin embargo, se paga un alto precio por comer en ellos.
→ Camisetas corrientes que por el echo de llevar un logotipo, su precio se eleva 4 o 5 veces más.
Parece absurdo ¿verdad?
Hay un sin fin de cosas que parecen surrealistas, pero que se pueden contemplar en nuestro día a día. ¿Por qué a veces las personas están dispuestas a pagar mucho más por algo cuando es acompañado de un decoro meramente secundario y del cual se puede prescindir perfectamente?
La explicación que se puede dar es que el valor que realmente determina el precio a pagar, es un valor simbólico.
Este valor simbólico viene determinado por nosotros mismos.
Observa esta carta:
¿Qué ves en ella? ¿Supone algo de valor para tí?
La imagen se corresponde a una de tantas cartas del juego Yu-Gi-Oh. Para los que no estamos interesados en este tipo de juegos, probablemente estemos ante un mero trozo de cartón con un dibujo en medio. Además, el trozo de cartón incluye una breve descripción en la parte inferior que seguramente ni te hayas molestado en leer.
Bueno, pues resulta que esta carta sí que tiene valor, puede ser que sea una variante exclusiva, rara de encontrar o simplemente es de las mejores del juego. Su precio en ebay supera los 100€ → Ver aquí
La pregunta es → ¿para quién tiene valor y cuánto estaría dispuesto a pagar?
Después de esto, si algún día me encuentro este trozo de cartón tirado en la calle, no dudaré ni un instante en cogerlo.
Un día alguien escribió un libro sobre las especies marinas de las aguas que rodean Nueva Zelanda. En él recopiló la información más relevante sobre diversos estudios realizados durante más de 7 años sobre la migración de determinadas especies marina y cambios en la vegetación, así como sus posibles causas. Cualquiera diría que es una gran obra con un valor de aprendizaje extraordinario.
Supongamos ahora que a nadie en este mundo más que a él, el autor del libro, le interesan las especies marinas, ¿cuánto valdría su libro entonces? La respuesta es bien sencilla, nada, ya que no habría una sola persona interesada en comprarlo.
Siguiendo con otro ejemplo -en este caso un ejemplo real- uno de los libros más vendido en España es de una tal Belén Esteban. Muchos nos preguntamos cómo es esto posible, cómo puede haber tantas personas interesadas en adquirir su libro. La verdad es que no tiene ningún sentido intentar comprenderlo, simplemente es un hecho, y como tal, ha de ser aceptado.
Vender es una ciencia, posiblemente la más útil si hablamos de ganarnos la vida. Según estudios enfocados en el neuro-marketing y las ventas, analizando el comportamiento de los consumidores, no deja de sorprender que los resultados demuestren que un alto porcentaje de ellos, no saben qué es lo que quieren, que buscan comprar y, en ocasiones, por qué llegan hacerlo. Esto nos lleva a la conclusión de que para las personas, el valor de las cosas aparece y desaparece en función del cómo, cuando y dónde.
El impulso por comprar algo puede ser traicionero. Esto es más habitual cuando salimos a comprar ropa.
Vemos algo que nos gusta, decidimos probárnoslo para ver que tal nos queda y, finalmente, pasamos por caja. Es raro, pero pasa que luego no nos vemos como realmente nos gustaría en el espejo, y no sentimos lo mismo al llevarlo puesto. Todo indica a que algo ha cambiado en nuestra percepción.
Con frecuencia, las técnicas de ventas van dirigidas a crear necesidad en el consumidor e intentar reflejar un valor simbólico sobre bienes material o servicios. Véase el ejemplo de los relojes de pulsera.
Hoy en día nadie necesita de estos relojes para saber qué hora es, basta con mirar el móvil, que es algo que siempre llevamos encima. Sin embargo, un reloj de pulsera de cierta gama, otorga prestigio. La gente no compra un reloj de pulsera caro para mirar la hora, lo compra para adquirir cierto estatus personal sobre los demás.
Según Marx, únicamente el trabajo humano es fuente de valor. El valor se crea al trabajar, pero el trabajo ha de hacerlo una persona. En cierto modo se puede entender partiendo de la base de que la tierra nos ofrece una enorme cantidad de recursos y materias primas, muchas de ellas incluso renovables, que si no somos capaces de extraer ni transformar, no podríamos sacar provecho de dichos recursos naturales. El valor gira en torno a la actividad humana, aunque dicha actividad, no tiene por qué ser considerada «trabajo».
No obstante, en el caso de la maquinaria y las tecnologías, su implementación nos permite obtener resultados mucho más exactos y perfeccionados de lo que cualquier persona podría conseguir en su ausencia.
Estos logros de la ingeniería, por desgracia, no serían considerados por la teoría marxista como fuente de creación de valor, lo que infravaloraría el resultado del producto final, su valor de cambio y precio en el mercado. El problema es que la apropiación de estas tecnologías supone un alto coste económico, y ya no solo a la hora de adquirirlo, también se debe tener en cuenta su posible deterioro con el transcurro del tiempo y el nivel de uso, (hablamos entonces de la amortización).
Que la sociedad infravalore tu producto, puede ocasionar la suspensión de los costes en maquinaria y nuevas tecnologías, con lo que la inversión en desarrollo e innovación no sería retribuida.
Existen personas más habilidosas que otras, algunas incluso poseen un talento innato. Esto se puede contemplar en el mundo del arte, la música, el deporte y en diversos trabajos manuales / artesanales.
El alfarero, el carpintero, el peletero, la arquitecta, la repostera, la peluquera, etc. Cada persona puede desarrollar su profesión de una manera u otra, mostrando grandes conocimientos y técnicas a la hora de ponerse manos a la obra. Aquí el tiempo de trabajo quizás se algo secundario, muchas veces lo que se demanda es un trabajo bien hecho, se busca calidad, una calidad que a veces pocos pueden proporcionar a sus clientes.
Se hace imposible medir el valor que aporta cada persona de manera individual con su conocimiento, experiencia y talento cuando se utiliza el tiempo de trabajo socialmente necesario de media para producir para determinar el valor de cambio.
La creatividad es una de las cualidades humanas más demandadas hoy en día. Sin la creatividad, seguramente no existirían la mayor parte de las cosas que hoy podemos comprar.
El mejor aliado de la capacidad creativa, es la ambición. Sin nadie como Henry Ford, todavía iríamos a caballo, bueno… quien sabe si el Hovertrax o el Segway hubiesen tenido futuro en una realidad alternativa sin vehículos.
→ Sin la ambición y la creatividad, millones de personas no hubiesen podido jamás navegar por las aguas en un armatoste de acero inoxidable llamado barco.
→ Sin la creatividad y la ambición, nadie podría volar de una punta a otra del mundo en un pájaro metálico llamado avión.
Este valor es incalculable para la historia de la humanidad.
La teoría marxista fracasa porque Karl Marx y su colaborador Friedrich Engels, no tuvieron en cuenta durante en su época, el posible desarrollo de las tecnologías en el futuro.
Por aquél entonces, tampoco existían estudios dedicados a la neurociencia que tratasen de comprender la psicología humana, y con ello, el comportamiento de los consumidores en relación a cómo crean y perciben el valor en las cosas que el mercado les ofrece.
Sin ir más lejos, Sigmund Freud, conocido como el padre del psicoanálisis, fue un médico neurólogo austriaco pionero en el estudio de la amplia rama de la psicología gracias a su gran interés científico. Nació en el año 1856, 27 años antes de la muerte de Marx y 39 con respecto a Engels. A lo largo de su vida profesional, se centró en avanzar en la investigación del campo de la neurología, especialidad médica que trata los trastornos del sistema nervioso.
De ahí a aplicar conocimientos extraídos de la rama de la psicologia en el mundo de las ventas, hay que avanzar aún más en el tiempo.
SI bien es cierto que la mayoría estamos forzados a vender nuestro tiempo a cambio de una parte del dinero que generamos a lo largo de nuestra jornada laboral, de no ser por la existencia las empresas y una industria ya consolidada, no podríamos producir ya que no tendríamos a mano las herramientas necesarias, y sin producir no podríamos comercializar ni tampoco obtener dinero u otras mercancías a cambio.
Partiendo de esta realidad, al formar parte de una empresa como empleado, automáticamente disponemos de todo lo necesario para producir. Estas herramientas, la maquinaria y la tecnología empleada, requieren de suministro energético y sufren un desgaste con el uso mientras que las materias primas se agotan a medida que producimos. La actividad empresarial supone un costo que hay que afrontar, y este corre a cargo del trabajador.
La plusvalía debe ser entendida como el pago por uso y mantenimiento de todas las herramientas y los materiales empleados en la producción. Sumado a ello, la recuperación de la inversión inicial por parte del empresario capitalista y el beneficio para el crecimiento e innovación de la empresa (factores fundamentales que determina el desarrollo y el progreso productivo, económico y social) conllevan a la extracción de una parte importante del salario que en teoría le correspondería al empleado si su remuneración fuese del 100% del valor aportado.
Sin la plusvalía, no sería posible el crecimiento de la industria y las empresas ni tan siquiera, su actividad. El objetivo de la extracción de capital mediante la plusvalía es evidente, es la subsistencia y el desarrollo por medio del ahorro de capital y su posterior inversión.
Es por ello que el capitalismo trae crecimiento, y este crecimiento es posible gracias a la organización y cooperación de los empresarios junto a sus trabajadores.
A la hora de ofrecer un producto nuevo al mercado, todo es incertidumbre. Para estimar su valor y calcular la posible demanda que este pueda tener, se requiere de un estudio de mercado. Ninguno de los datos extraídos en él, serán exactos, tan solo serán estimaciones.
Por lo tanto, el capital aportado estará en riesgo constante hasta encontrar un mínimo de demanda que permita la rentabilidad del negocio. Seguidamente, se buscará su equilibrio en el mercado ajustando la oferta a la demanda existente.
Arriesgar el capital es lo que diferencia a un asalariado de un emprendedor y un inversionista.
El trabajo en equipo y el intercambio de bienes y servicios, surgieron de la necesidad por la supervivencia y el interés por el desarrollo de una vida en sociedad que garantizara la prosperidad.
En una sociedad capitalista donde la industria se organiza y especializa en los distintos sectores, la actividad alcanza una estructura productiva superior. A diferencia del capitalismo, el comunismo plantea la apropiación de los beneficios de las empresas -el capital- por parte de la clase trabajadora, dedicada a producir sus propios bienes e intercambiarlos por otros, obteniendo el 100% del valor generado por su fuerza de trabajo.
Ahora imagina a una persona diseñando y fabricando todo lo que tiene en su casa… Esta idea del comunismo es totalmente absurda, y niega la función tan esencial que cumple el capital, explicada en el siguiente capítulo con el famoso relato de Robinson Crusoe.